8/11/20

Lentejas

En el último pasillo del supermercado, entre los garbanzos, la pasta y el arroz, una señora, de puntillas, se estira todo lo que puede para intentar alcanzar de lo más alto de la estantería un paquete de lentejas al que apenas consigue acariciar con las puntas de los dedos. Viéndola en semejante tesitura, le ofrezco mi ayuda. Me mira de arriba abajo y, tras finalizar su examen, concluye: tú no trabajas aquí. Vaya, qué me habrá delatado. Le contesto que no creo que nadie se lo vaya a tomar como un acto de intrusismo laboral, y reitero mi oferta. Me obsequia con una mirada glacial que me congela las entrañas, dejando mis entretelas aptas para el almacenaje de lasañas, san jacobos y otros productos precocinados. Cada vez ponen las cosas más difíciles de coger. Asiento mientras observo cómo estira su brazo hasta el límite de sus posibilidades en un intento infructuoso de aproximarse un poco más a sus preciadas legumbres. En realidad, pienso, no ha aceptado ni rechazado mi oferta. Sopeso por un instante la idea de seguir con mi camino, tal vez esta es su cruzada personal y no seré yo quien se interponga entre ella y su particular Moby Dick. Pero en el último instante se me ocurre que, tal vez, simplemente sea demasiado orgullosa para aceptar ayuda de un desconocido o, quizás, yo no me he expresado del todo bien. Me digo a mí mismo: un último intento y, si sigue en sus trece, yo a lo mío y ella con su rollo. Ya sabes lo que dicen: las lentejas son comida de viejas, si las quieres las comes, y si no, siempre puedes ir a un súper a vacilar al personal. ¿Quiere que se las alcance? La señora desciende de las puntas de sus zapatos hacia una posición de reposo y, de nuevo, me pondera detenidamente con la mirada. Su respuesta: ¿Pero tú llegas?

...

Vaya, venía yo a por pan y me he llevado una hostia. La señora, con gran chulería, con muchísimo flow, se aparta de la estantería y me hace un gesto incitante con el brazo, en plan be my guest, a ver si tú puedes, campeón. Me acerco a la estantería, cojo las lentejas y se las doy, y pongo rumbo a la frutería, a ver si allí tiene alguien a bien escupirme en un ojo, arrastrando mi cesta y mi alma maltrecha sin recibir ni un mísero gracias ni mi pin de buen ciudadano, cuando la oigo decir, a mis espadas, qué caras están las lentejas, por favor. Entonces me empieza un tic en el ojo, una palpitación, como si me hubiera poseído el espíritu de Arturo Fernández y le fuera guiñando el ojo a los botes de fabada. Eso sí que ya no. Porque el precio no viene marcado en el paquete, sino en la estantería; el precio ya lo sabía, o podía haberlo visto, ANTES de la absurda comedia que acabamos de protagonizar. Es que cada día cuestan más. Señora, yo no digo que no tenga usted razón, la inflación, el IBEX 35 y todo eso, pero ese paquete se lo va a comer, pongo a este lenguado por testigo, aunque sea lo último que haga, usted elige si en su casa o aquí mismo en este supermercado. Es que qué precios

Pues mira, yo, la verdad, no sabría decir de memoria a cuánto está, en general, el quilo de lentejas, pero este paquete en particular me ha salido carísimo.

1 comentario:

Martea dijo...

American Esplendor